miércoles, 14 de febrero de 2018

Carta al vacío - Nicteha Rico

Me encuentro sentada en ese sofá viejo y trasnochado, ese del que me quejé tantas veces, y mismas que me alentaste a cambiarlo. Estoy al pie de mi ventana, y vengo a contarte que ayer salí con mis amigas, estábamos en ese café del centro, ese que está por tu casa, y al que tanto nos gustaba ir. Como podrás adivinar me acordé de ti, y también caí en cuenta, justo cuando Mary pedía tu café favorito, de que era noviembre, un mes que, aunque frío y apático, para ti es muy especial, pues es el mes de tu cumpleaños.

Pues bien, hoy es tres de noviembre, y son las 11:40 de la noche. Tengo un té a mi lado y un buen libro sobre mi regazo (en dónde me apoyo para escribirte esta carta, por cierto), costumbre de la que siempre te mofabas, y la cual no he cambiado desde que te fuiste.

Y tengo que confesarte que las páginas y mi amada infusión verde son las que me mantienen viva o, más bien, sobreviviendo. No puedo evitar sentirme impotente al ver esas condenadas estrellas, me recuerdan tanto a nuestras pláticas nocturnas, y a cómo nos seguían con sus ojos a dónde quiera que íbamos, ¡puedo sentir cómo se burlan de mi desgracia, de nuestra desgracia! Casi puedo escuchar sus risas cuando la noche lóbrega me va comiendo viva.

¿Recuerdas esa promesa que hicimos hace tanto tiempo? ¿Cómo jurábamos estar siempre juntos? En nuestra defensa, éramos ingenuos, solamente niños, inocentes, y creo que eso es hermoso, aunque triste. Paso un año y seguíamos juntos, pasaron dos, pasó la prepa, pasó uno más. ¿Y después? Crecimos. 

Siempre tuya,


Esmeralda.

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