jueves, 22 de marzo de 2018

Mi atacante - Sagrario Serna Campos

Tomó aire y como tantas otras veces se echó sobre la cama. Alcanzó a gritarle a su esposo, pero este no le respondió. Miraba fijamente cómo su dedo se ponía rojo, la mano se le entumecía, quería saber por qué le había tocado ser víctima de esa enfermedad crónica que la apuñalaba con tanto dolor. Pero ese día la garganta se le cerró y no podía respirar. Eso no le había sucedió nunca antes. Entonces sus ojos vieron que sobre su cama se encontraba su atacante; esta vez no era su propio cuerpo, sino alguien que también era silencio pero muy peligroso: un alacrán.

viernes, 16 de marzo de 2018

¡Lárgate! - Sagrario Serna Campos

“Ahorita vengo, voy a tomar un café con mis amigas…"

¡Ashh!, ¡maldición! ¿Ven aquel tipo que está en aquella mesa, con lentes de sol y camisa azul rey? ¿En qué momento se me ocurrió decirles que viniéramos aquí?, ¿ya vieron? Ese pendejo fue mi jefe hace cuatro años, en la estúpida empresa colorzone.

Cómo olvidar aquellos días que tanto aborrecía y que pensé que jamás acabarían. Despertaba, entraba a la ducha, salía, me vestía, pasaba horas tratando de acomodarme el cabello, me maquillaba, tendía la cama y ordenaba la habitación. Sí, porque desde chiquita mi mamá me enseñó que siempre, sin importar qué, debía tender la cama, por eso desde entonces no me atrevo a salir y dejarla hecha un desastre.

A las 8:30 am yo terminaba mi desayuno, subía a cepillar mis dientes y salía de casa. A las 9:30 am ya estaba llegando a la oficina. Era común que el jefe llegara antes que todos, a mí me saludaba y me recordaba uno a uno los pendientes. Dentro de mí miles de emociones golpeaban mi pecho y unos cuantos demonios aparecían en mis pensamientos, imaginando cómo desaparecerlo de este mundo. Solo yo sabía cuánto lo detestaba, para mí siempre fue un jefe nefasto. ¿Saben?, jamás tuvo el respeto y admiración de los que trabajábamos para él.

A sus espaldas lo llamábamos “Voldemort” y es que según las altas esferas del chisme, las cuales eran fuentes muy confiables, él, Gustavo Gusano, como también le decíamos, había estudiado administración, de eso no me quedaba duda, porque al menos en su oficinilla improvisada, que por cierto era de muy mal gusto, con muebles que su madre doña Eulalia había intervenido, se encontraba sobre la pared su título de Administrador de Empresas.

Pero eso no era importante, lo que todos queríamos saber era de dónde había sacado la gran ideota de abrir un negocio de diseño e impresión, si él de diseñador tenía lo que yo tengo de cirujano. Sí, y es que él era eso, un gran idiota. Pero a veces así es la vida, el dinero cae en manos de quienes no tienen ni puta idea de cómo invertirlo, en cambio los creativos casi siempre estamos postergando nuestras ideas por no tener lana suficiente para echarlas a andar, razón por la cual nos vemos obligados a trabajar con tipos como el gusano.

El jefe tenía a su novia, que siempre llegaba a las dos de la tarde a comer con él. La tal Ruth era una chica fresota, delgada, alta, morena, con un lunar color rojo que le cubría casi toda la mejilla izquierda, el cual trataba de disimular con plastas de maquillaje, muy a su estilo trataba de parecer fashionista, era una tipa que tal vez creía que por sus venas corría sangre azúl, porque no éramos dignos de su saludo. ¡Ah!, pero eso sí, solo existíamos cuando a la Lady Ru le daba por beber su café de Starbucks y entonces venia el gusano a decirnos a cualquiera de los empleados que fuéramos en su coche a concederle el último deseo a su novia.

Mi compañero Luis era el que casi siempre iba por los deseos de la Ruth, pero lo hacía para aprovechar y darse unas vueltas en el coche del jefe, por la avenida más cercana.

Volvamos a lo que estábamos, el gusano, perdón Gustavo, había puesto el negocio de diseño e impresión porque mami y papi se lo habían financiado, le habían comprando computadoras, impresoras, plotters, copiadoras, etc. Pero el tipo no sabía cómo usar ese equipo, el solo daba órdenes, bueno eso era lo que intentaba, porque qué órdenes iba a dar, si ni siquiera sabía de lo que hablaba, así que ya se imaginarán, yo era la que tenía que hacer la mayoría de las funciones que le correspondían al jefe, como revisar los correos, contestar las llamadas, atender clientes, realizar cotizaciones, dirigir a los compañeros, y sí, hubo momentos en que me irritaba y a todos los quería matar lentamente.

A veces a la hora de la comida todos me preguntaban cosas al mismo tiempo. De hecho una vez tenía el tenedor en la mano y casi casi se lo clavé a más de uno. En otra ocasión imaginé que llevaba una pistola y hacia una matanza tipo escuela estadounidense, estaba hasta la madre de todo y de todos, del sueldo ridículo, de los regaños del jefe, de los compañeros flojos que no hacían nada, de las impresoras de segunda mano que había adquirido el gusano y que ni sabía usar, y siempre me peleaba con ellas, porque jamás daban el tono y color que yo quería.

También me sentía de la mierda, porque lo único que a veces me daba fuerza para seguir en ese trabajo era sentir el vals de las mariposas en mi estómago cuando veía llegar a Raúl, el mejor amigo del Gustavo, pero era tan tímido que hasta lo llegué a considerar retardado o gay y más temprano de lo que imaginé las mariposas que por él sentía las maté con arsénico, pues me dí cuenta de que era un tipo torpe y sin imaginación, solo se sentía útil contando la cantidad de material con el que trabajábamos y revisando el desperdicio, pero aún hoy sigo dudando de sus capacidades.

Así pasaron seis meses, hasta que un buen día me armé de valor y le dí en la madre a todos, por fortuna no tuve que hacerlo como hubiera querido, usando armas y explosivos, pero sí tuve que pasar varios días planeando mi anhelada renuncia, la cual finalmente me llevaría a la libertad.

Aún no puedo olvidar la cara del gusano el día que le entregué mi renuncia, pues estaba casi llorando pidiéndome que no me fuera. Sus ojillos me miraban suplicantes y con voz entrecortada me dijó que me aumentaría el sueldo, pero para acabar con aquella escena mi voz interior me decía “Dile que te iras a vivir a otra ciudad”, pero mis labios pronunciaron: “no es necesario, me voy con la competencia”. En ese momento los ojos que antes me suplicaban, se llenaron de rabia y me gritó: “lárgate”. No me importo. De hecho recuerdo la palabra con cariño, pues me hizó saber que jamás debes hacer algo que no te haga feliz.

Desde aquel día jamás lo volví a ver. Pero ver hoy al Gustavo gusano es como pensar que los muertos regresan, pues para fortuna de todos sus empleados su negocio formalmente dejó de existir en el temblor del 19 de septiembre, pues leí en el periódico que había desaparecido entre los escombros y si la memoria no me falla, puedo jurar que ví también su esquela, “comienzo a sentirme mal, me siento mareada, no sé si es la impresión o me hicierón daño los camarones que me comí al medio día”.

“Señorita, ¿usted es Paola? El señor de aquella mesa, el que tiene lentes de sol y camisa azúl rey, le manda saludos y le envía este latte de avellana, pues sabe que es su favorito”

(marzo/2018)